Leyenda de Joan Garí.

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LEYENDA DE JOAN GARÍ.
La historia de Fray Juan Garín, una tradición de Montserrat.
Leyendas medievales de Cataluña. Montserrat, Barcelona.

 
 
Leyenda de Juan Garí de Montserrat
 
 
Leyenda de Fray Garín en Montserrat
 
 
Fray Garín en Montserrat   Joan Garí en Montserrat. Leyenda de Juan Garín
 
 
Fray Garín tentado   Belial tienta a Garí. Leyenda de Juan Garín. Montserrat
 
 
Los demonios. Historia fray Garín   Leonado y los suyos. Leyenda de Fray Garín. Montserrat
 
 
Leonado y Riquilda. Barcelona   Leonado seduce a Riquilda. Historia de Juan Garín. Montserrat
 
 
Riquilda endemoniada   Riquilda endemoniada. Leyenda de Fray Juan Garín. Montserrat
 
 
Garín y Riquilda   Garín y Riquilda. Leyenda de Montserrat. Fray Garín
 
 
Garín y Riquilda en la cueva   Pecado de Garín. Leyenda de Montserrat. Juan Garí
 
 
Garín mata a Riquilda   Riquilda muerta. Historia de Juan Garín ermitaño de Montserrat
 
 
Un pozo de culpa   El peso de la culpa. Historia de Fray Juan Garín. Leyenda de Montserrat
 
 
Buscar la absolución   Buscar la absolución. Leyenda de Juan Garín en Montserrat
 
 
El viaje de Garín   El viaje. Leyenda de Montserrat. Fray Garín
 
 
Penitencia   Penitencia. Historia de Joan Garí. Leyenda de Montserrat, Catalunya
 
 
Expiación   Expiación. Leyenda de Fray Garí, Montserrat, Catalunya
 
 
Penitencia. Sum vermis   Sum vermis. Leyenda de Fray Garín. Montserrat, Barcelona, Catalunya
 
 
Los cazadores   Unos cazadores encuentran a Garí. Leyenda de Joan Garí. Montserrat, Barcelona, Catalunya
 
 
Enjaulado   Garí enjaulado. Historia de Juan Garí en Montserrat. Catalunya
 
 
El perdón   El perdón. Historia de Fray Garín, ermitaño de Montserrat, Cataluña
 
 
Riquilda desenterrada viva   Riquilda desenterrada viva. Leyenda de Montserrat, Joan Garí
 
 
Garí y el agua   Garí reflejado en el agua. Historia de Fray Garí, Montserrat
 
 
Cuatro líneas   Comentarios
 
 
Dicen que ya en tiempos antiguos hubo ermitaños en la montaña de Montserrat. Eran hombres santos que se retiraban a vivir en alguna de las muchas cuevas que se esconden entre sus rocas. Renunciaban a las cosas del mundo para consagrarse a la vida espiritual, y se ve que algunos obraban milagros. Por supuesto, eso ya pasaba antes de la construcción del monasterio.
Joan Garí era uno de esos ermitaños. Vivió en el siglo IX, en tiempos del conde Guifredo el Velloso. Su devoción a la Virgen y su virtud eran la admiración de todo el mundo. Al parecer, incluso la campana de la ermita de San Acisclo, cercana a la cueva en que vivía, repicaba alegre cuando él pasaba por delante. Esta prueba milagrosa de la pureza de alma de Garí irritaba especialmente a los señores del infierno…
De modo que, para los demonios, arrastrar hacia abajo un alma tan valiosa era un reto irresistible. Celebraron consejo, y ahora veremos lo que decidieron.
 
Un diablo, Belial, fue enviado a tentar a Garí. Disfrazado de ermitaño, hizo como si se lo encontrara casualmente yendo por la montaña. Mintió diciéndole que también vivía haciendo oración en una cueva y se mostró maravillado de conocerle, ya que la fama de Joan Garí, le dijo, era inmensa y se había extendido por toda la cristiandad. “Un hombre santo como vos tendría que estar en la cima de la Iglesia y gozar de la autoridad y los privilegios que se merece” añadió.
Para encender su deseo, hizo ver a Joan las ásperas rocas de la montaña como si fueran extrañas construcciones en una mezcla fantástica y lujosa.
Pero el humilde Garí, aunque un poco confundido por esa visión, se mostró inmune a la tentación de codicia que Belial le presentaba.
El infierno se dio cuenta de que se las tenía con un individuo difícil, y que por tanto había que cambiar de estrategia.
 
Había que jugar fuerte, y a los diablos se les ocurrió una táctica mucho más retorcida.
Enviaron a otro de ellos, de nombre Leonado por el magnífico aspecto que adoptó, aunque por dentro estuviera tan podrido y chamuscado como todos sus compañeros. Éste salió de bajo tierra seguido de una panda de diablos a caballo, tomando la forma de un grupo de cazadores que desde Montserrat se dirigió a la ciudad de Barcelona siguiendo el curso del Llobregat.
¿Qué oscuro propósito guiaba la cabalgata frenética de esos siniestros personajes?
 
Barcelona era en aquellos tiempos una ciudad pequeña, y la ruidosa llegada de un grupo de caballeros tan vistosos debía de ser inmediatamente conocida por todos sus habitantes. Y más aún teniendo al frente a un hombre de aspecto tan noble…
Leonado se acercó en seguida al palacio del Conde y se dejó ver por su hija, la princesa Riquilda. La bella presencia y las maneras refinadas del forastero sedujeron a la muchacha. El Conde miraba la escena como si algo no estuviera del todo claro, pero no tuvo tiempo de intervenir cuando Riquilda se dejó abrazar por Leonado y éste, mostrando sus alas y sus cuernos entre grandes carcajadas, se apoderaba de su alma.
El diablo desapareció al instante por hechizo, dejando atrás al buen Guifredo y a la joven princesa endemoniada.
 

 
Todos los esfuerzos por curar a la poseída fueron vanos. Los médicos, claro está, no podían hacer nada. Pero los sacerdotes tampoco. Ni tan solo el obispo.
Finalmente, el demonio habló por boca de Riquilda, quien se puso a repetir un nombre: “Garí, Garí… llevadme con Garí”.
 
Al oírlo, Guifredo ordenó salir sin pérdida de tiempo. Cuando se hallaron ante la cueva de Garí, el Conde explicó al ermitaño lo que había pasado y añadió: “Os lo ruego, permitid que la deje con vos hasta que su alma quede liberada”.
Joan dudaba, desconcertado. Decía que no sabía nada de exorcismos. Belial, camuflado aún, le repetía al oído con delectación: “¡Qué hermosa es! ¿No la encontrais encantadora?”
“Más bella que el sol de la mañana y que todas las estrellas de la noche…” susurró Garí. El diablo sonrió, quizá era el único que le había oído.
 
Dejaron a la princesa con Garí. El demonio que la poseía se retiró pronto… para no molestar.
Entonces no se sabe muy bien lo que pasó, si al vivir juntos Garí y Riquilda llegaron a amarse de verdad el uno al otro, o si él un día la forzó de mala manera. El caso es que el ermitaño pecó, y en seguida se sintió horrorizado. Ya no era un hombre puro. ¿Cómo había podido caer?
Y en aquel momento, como si el demonio todavía le soplara al oído, se dijo: “¡Sí, todo ha sido por causa de ella!”.
 
No nos atrevemos a representarnos lo que a continuación sucedió: la manera cómo Garí quitó la vida a Riquilda, a quien consideraba la causa de su perdición.
Al hacerlo, al querer reparar un error con otro aún más grave, se precipitó de lleno en la abyección más espantosa.
Cuando la tuvo muerta a sus pies oyó resonar una carcajada por la cueva. Belial, su falso amigo y mal consejero, se quitaba el disfraz y le mostraba su diabólica silueta.
Garí, aturdido y desesperado, se vio ya entre las llamas del infierno…
 
Se sentía en el fondo de un pozo de culpa, como si la tierra lo fuera absorbiendo hacia el abismo. El pecado le parecía más reprobable por ser obra de un hombre que sabía cuál era el camino del bien y que siempre se había esforzado en no abandonarlo. En un instante, el inocente se había convertido en el peor de los criminales.
¿Qué más haría aún, puesto que era solo un juguete de las maquinaciones del Maligno?
No le esperaba otro destino que la condenación eterna.
 
Pero un poco de luz llegó hasta las profundidades en que se encontraba. ¿Y el perdón? “Solo puede haber una cosa más grande que mi pecado, y es la misericordia de Dios” se dijo Joan Garí. Creer que Dios no podía perdonar al más miserable de los hombres sería una falta aún mayor.
Viajaría a Roma a implorar de rodillas la absolución del Santo Padre, fuese cual fuese la penitencia que éste le impusiera.
 
Hundido, paralizado por el remordimiento, Garí veía a su alrededor a la gente trajinando de un lado a otro, indiferentes al tormento que a él le consumía.
En realidad, le convenía pasar desapercibido, y también partir lejos, no fuera que el Conde enviara a buscar a su hija y, al no hallarla, le persiguiera para matarlo. Garí sabía que merecía la muerte, pero no antes de obtener el perdón.
Se acercaban a la capital de la cristiandad. Ya le parecía ver la luz que desde allí iluminaba el mundo como un faro.
 
El Santo Padre recibió a Joan Garí y escuchó su confesión. “Has cometido tan gran pecado, le dijo, que no mereces ser tenido por hombre. Por tanto, a partir de ahora vivirás siempre más como una bestia, a ras de suelo, comiendo solo las cosas que por tierra encontrarás; no hablarás con nadie y no volverás a ponerte en pie ni levantarás los ojos al cielo, ya que no eres digno de mirarlo. Y si Dios se apiada de ti y te perdona, te lo hará saber de modo que no puedas dudarlo”.
 
Después de confesar, la expiación. Garí volvió a Montserrat dispuesto a pasar todos los años que le quedaran de vida arrastrándose entre hierbas y alimañas como una bestia más. Llevaría una existencia penosa impropia de un ser humano y estaba triste, pero, a pesar de todo, satisfecho por poder cumplir una dura penitencia acorde con la maldad de sus actos.
 
Fue pasando el tiempo. Garí se adaptó extrañamente a su nuevo medio, hasta el punto de que la tristeza inicial dejó lugar primero a una conformidad abnegada y luego a una especie de alegría al descubrir también la grandeza del Creador en aquel pequeño universo que tenía tan cerca de sus ojos y sus manos.
El castigo se había convertido en revelación. ¿Sería ésta su finalidad? ¿Había vuelto la bondad a invadir el alma de Joan Garí?
Tal vez a Dios no le interesa tanto imponer penas a un desgraciado que ha obrado mal como lograr que éste sea bueno de nuevo…
 
La cuestión es que, pasados unos años, dicen que siete, unos cazadores encontraron a Garí mientras bebía agua a la orilla del río, cosa que hacía con los ojos cerrados para no ver el cielo reflejado en el agua, tal como le había ordenado el Santo Padre.
Quedaron muy sorprendidos. “Jamás habíamos visto un animal como éste” se decían. Y es que, con el tiempo, la ropa de Garí se había estropeado, y el cuerpo entero se le había cubierto de pelo. Todo él había cambiado hasta el punto de que no se le podía reconocer.
“¡Llevémoslo al Conde!”. Estaban muy satisfechos de su hallazgo, y más aún al comprobar la docilidad de Garí, que no se les resistía.
 
Llegados al palacio del Conde de Barcelona dejaron a Garí dentro de una jaula, como si fuera un animal. Él lo aceptó con serenidad, viendo en ello un episodio más de la penitencia que aún cumplía.
Así se quedó unos cuantos días, pero la Providencia no le había abandonado…
 
Sucedió que el conde Guifredo había tenido otro hijo, el príncipe Miró, y que llegó el día de bautizarlo. A la hora del festín, y para divertir a los invitados, propusieron al Conde exhibir aquel raro animal que habían encontrado en el bosque.
Sacaron a Garí con una correa atada al cuello. Todos se maravillaron. La nodriza que tenía al infante Miró en brazos se acercó para que el niño pudiera verle bien y entonces aconteció el prodigio. El pequeño, dirigiéndose al condenado, pronunció estas palabras: “¡Levántate, Garí, que Dios ya te ha perdonado!”.
Todos se quedaron inmóviles. En seguida Guifredo se encaró con Joan Garí y le preguntó, airado: “Vos, Garí… ¿Dónde está mi hija? ¿Qué hicisteis con ella?”. Garí le contó la triste historia y ofreció su pecho a la daga del Conde, pero éste se detuvo y dijo “no puedo castigar a aquél a quien el Altísimo acaba de perdonar”.
El ermitaño agregó que había enterrado a la princesa cerca de su cueva. Guifredo partió en seguida con sus hombres hacia Montserrat.
 
Cuando estuvieron en el lugar que Garí les indicaba, empezaron a cavar y a remover la tierra. Lo hacían con cuidado, para no dañar el cuerpo de Riquilda. En cuanto lo hallaron comprobaron admirados que la joven se mantenía tan bella como cuando vivía. El padre se acercó para abrazarla y ella abrió los ojos. ¡Volvía a la vida!
Ante este nuevo milagro, todos los presentes cayeron de rodillas. Entonces Riquilda proclamó su deseo de retirarse a hacer vida religiosa y el noble Guifredo se ofreció a construir entre aquellas montañas un monasterio, que ella regiría, para acoger a mujeres que también quisieran consagrar su vida a Dios.
 
Joan Garí recobró su aspecto de antes. Volvía a ser un hombre. Dios se le había mostrado en todas partes: en el bosque, entre los animales y ante todo el mundo, pero especialmente en su propio corazón. Ya no necesitaba nada y viviría aún muchos años en paz en su cueva de Montserrat.
 
 
CUATRO LÍNEAS MÁS
 
Existen varias leyendas como la que acabamos de contar. Son historias de hombres que aun siendo muy religiosos caen en el pecado, pasan por una penitencia severa y son finalmente perdonados. Al parecer, la de Joan Garí, o Fray Garín, proviene de una anterior aparecida casi en los inicios del cristianismo, que se fue transformando, siendo incluso ‘versionada’ por el islamismo, y que por distintas vías fue a parar a Montserrat. Aquí encontró un eco especial, en buena medida porque se la relacionó con el origen del monasterio y el del propio país: evidentemente, no es casual que la acción se sitúe en el siglo IX, en época de Guifredo (o Wifredo) el Velloso.
Gozó de popularidad durante mucho tiempo. Pero, claro, ermitaños, demonios, castigos terribles y milagros sobreviven con dificultades en el mundo moderno…
Si queremos que, a pesar de todo, una tradición siga viva creemos que cada narrador debe tomarse ciertas libertades. Por ejemplo, las versiones clásicas sólo hablan de la penitencia de Garí como de una condena envilecedora, un castigo que le rebaja aún más. En cambio, hemos querido aquí remarcar su aspecto regenerador, ya que cabe suponer que el hombre básicamente bueno termina por ver la magnificencia de Dios en cualquier circunstancia, y llegado ese momento el castigo ha cumplido ya su función y debería cesar.
 
En cuanto al estilo de las ilustraciones, como estamos de lleno en el mundo medieval se ha optado por una figuración naturalista, que nos ha parecido adecuada para evocar tanto ese ambiente lejano como la aventura moral del héroe.
Comentaremos un par de ilustraciones.
Con la intención de simbolizar el gran sentimiento de culpa que experimenta Garí le hemos representado al fondo de una especie de pozo. Hay dos referencias para esa escena. Por un lado, las rocas, cercanas a Collbató, conocidas como ‘cama’ y ‘pisada’ de Garí porque presentan unas concavidades formadas, según la tradición, por el peso de la culpa de éste, cuando pasó por allí. Por otro lado, dicen que cuando Garí hubo confesado su crimen al Papa, éste dibujó con el báculo una circunferencia a su alrededor y le dijo: “Si tu gran culpa no puede serte perdonada, ahora mismo se hundirá la tierra bajo tus pies para llevarte al infierno”. Y ya sabemos que esto no sucedió porque la misericordia de Dios es infinita…
Finalmente, el hormigueo que proclama “sum vermis” (“soy un gusano”) en la imagen en que el espectador-lector puede identificarse más fácilmente con el protagonista, ya que la mano de éste podría ser la suya, quiere recordar el poema de mosén Cinto y el Salmo 22.
 
(Ver ILUSTRACIÓN)

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